sábado, 18 de octubre de 2014

Seguridad y solidaridad no son incompatibles en un destino turístico

Sensacionalismo y racismo.
El turista europeo quiere disfrutar sus vacaciones en un paraíso europeo. Al igual que la democracia, la monarquía feudal y las naciones, la burguesía es un invento europeo y aburguesarse es muy europeo. Pero ¿qué es un paraíso europeo? Ni más ni menos que unas playas y paisajes paradisíacos en un clima excepcional y con un estilo (y calidad) de vida europeo y, a ser posible, mejorado… La mejor Europa imaginable.

Y ahí entramos nosotros. Canarias no fue esa España que generaba monstruos como la inquisición, la herencia de siglos de guerras y sometimientos (creo que hasta hace poco asustaban a los niños holandeses que no se dormían con que vendría el Conde-Duque de Olivares y se los llevaría). Canarias tampoco es el espacio de represión y aislamiento internacional del caudillo dictatorial.
‘Spain is diferent. Canary Island not’ debió ser el lema publicitario que en los años sesenta promovía Fraga para atraer turistas europeos. Con este distanciamiento de Canarias de la realidad peninsular, se explicaría una gran parte del éxito de este destino. Unas islas donde la relación con todo el mundo es una necesidad por su lejanía y porque las islas navegan por las corrientes de las relaciones internacionales y sin moverse del mapa.

El auge imperialista español y luego el británico nos situaron en posición privilegiada para convertirnos en la plataforma de las comunicaciones globales. Una posición que fue/es envidiada por muchos países que disputan ese mercado del turismo internacional ofertando mejores servicios a más bajo costo siempre que el europeo acepte a dictadores y gobiernos corruptos a cambio de una tranquilidad (represiva) que convertía los espacios para el turismo en cotos inmunes/aislados ante la injusticia y donde todo está montado para dar la sensación europeística que necesita el turista de la Unión. Bueno, así fue hasta que llegaron las primaveras árabes y se rompió el statu quo por la demanda de libertades y derechos, un movimiento que aprovecharon otros profetas de una sociedad supuestamente basada en principios morales, éticos, religiosos, que en su vertiente más extrema proclaman como infiel a exterminar a cualquier individuo de otra raza, otra (o ninguna) creencia religiosa y convierte a la mujer en seres invisibles momificadas en vida con un burka.

En ése contexto, el europeo vuelve a sus condiciones contractuales iniciales de garantía de paz, seguridad en paraísos domésticos y da la espalda a un exotismo barato que y ano tienen cómplices presidenciales que garanticen esas exigencias.

Los aspectos que definen un destino seguro, sin riesgos, son numerosos. Podemos destacar que haya una estabilidad política sin terrorismo ni servicios que se paralizan de forma sorpresiva, delincuencia baja o imperceptible; garantías sanitarias, alimentarias, judiciales; un entorno de tolerancia sin llegar al descontrol de Magaluf, un entorno libre de animales peligrosos, de riesgos ambientales (huracanes, tornados, erupciones, maremotos…) o enfermedades sea endémicas o circunstanciales.

Hay muchas más que podría citar, pero vamos a la última. Las enfermedades peligrosas como el ébola. Una enfermedad que está provocando el pánico global por la evidencia de que los protocolos de control no son suficientes o no se aplican correctamente. Eso sin olvidar el papel de los medios de comunicación para convertir un caso de fiebre por malaria en un titular a cinco columnas en primera página como primer caso de ébola en las islas y, cuando llegan los resultados, pasa a un titulillo en el sumario. Y eso siendo generosos.

Lo cierto es que el ébola hay que combatirlo con recursos, rigor y solidaridad. Y este destino europeo en el Atlántico tiene que contribuir al control y fin de esta epidemia. Para ello hace falta participar en las iniciativas de la ONU y la OMS, con todos los medios y medidas de control necesarios. Pero ya estamos tardando. Como hemos tardado en ayudar a evitar la propagación de la epidemia desde el primer minuto, condenando al contagio inevitable a las familias, así como al hambre, desatención y situaciones de absoluta miseria a quienes habitan en esos países que, además, figuran entre los más pobres del planeta. Millones de personas sufren el pánico global que ha causado 9000 infectados y 4500 muertos. Cifras que no se acercan ni por asomo a la mortandad del cáncer de pulmón por tabaquismo, de los accidentes de tráfico… Pero claro, es una enfermedad de la selva que hay que convertir en negocio…

Y vuelvo al principio. ¿Es ser europeo no colaborar con el puente humanitario y médico para frenar el ébola? ¿No hay un protocolo de comunicación que pueda evitar que el pánico se convierta en la tónica de estas situaciones para contrarrestar el amarillismo de los medios de comunicación para captar más audiencia? ¿Vamos a permitir que hagan con los países donde se ha producido el contagio lo que nos hicieron a los grancanarios cuando nos condenaron al aislamiento y cuarentena por una epidemia de cólera?

Colabora con Médicos Sin Fronteras en su lucha contra el ébola. Haz tu donativo aquí.

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